El arte y la magia de Holanda y el rico pasado de la ciudad de Arnhem fue solo un abreboca para seguir disfrutando de este bello país. Aproveché el hermoso momento cuando el sol se asomaba tímidamente entre las nubes, tiñendo el cielo de un azul claro intenso que prometía un día radiante. Aunque el frío todavía estaba en pleno apogeo, no pude resistir la tentación de salir a explorar la belleza que me esperaba en El Keukenhof Gardens, el famoso parque floral de Lisse, en Holanda.
Abrí mi armario y saqué mi abrigo más cálido y mi bufanda favorita, dispuesto a desafiar las bajas temperaturas con la emoción de descubrir aquél mundo de flores hermosas en plena florescencia.
El inicio de en un viaje inolvidable
Me embarqué en un viaje en tren desde Amsterdam, disfrutando del paisaje pintoresco que se extendía a mi alrededor. Al llegar a la estación de Lisse, me dispuse a caminar un poco más de un kilómetro para llegar al Keukenhof Gardens.
Entrada del Keukenhof Gardens
Casi sin darme cuenta, mis pies se posaban sobre el umbral de Keukenhof, la puerta que separa el mundo cotidiano de un paraíso primaveral. La entrada en sí es una obra de arte, una transición elegante entre la realidad y la fantasía.
Era un edificio de carácter imponente dado por los triángulos de madera, el cobre y el ladrillo, los cuales creaban un patrón de sombras a mis pies que se movían al ritmo de la luz, sin tener idea todavía del espectáculo floral que detrás de escena me esperaba.
Mi recorrido por los jardines de Keukenhof
Al fin, lleno de emoción, me disponía a comenzar mi recorrido a pie por el inmenso parque desde la entrada por el lado sur. Desde aquí, ya podía apreciar un hermoso sendero que conducía a los pabellones y distracciones con una armónica conjugación de colores y estructuras.
Tomé el mapa que había descargado previamente en mi móvil para no perderme ningún punto interesante y me integré al sendero con el entusiasmo a millón. Decidí primero alimentar mi cultura en el jardín histórico antes de adentrarme en los hermosos jardines.
Jardín histórico
Mis pies recorrieron los senderos del Jardín Histórico como si viajara a través del tiempo. Cada parterre de flores era una página en la historia del tulipán en Holanda. El lugar había sido la cuna de las variedades más simples y coloridas del siglo XVII hasta las más sofisticadas creaciones modernas.
En total, eran más de 800 variedades de bulbos cultivados en este lugar a lo largo de cuatro siglos. Un legado impresionante que me llenaba de admiración. La relevancia del tulipán en la exportación y el comercio del país eran simplemente un motivo de asombro.
Aunque estaba seguro de no poder digerir visualmente todas las variedades en un solo día, esta primera estación fue un preámbulo perfecto para lo que me esperaba más adelante.
Los pabellones de la realeza
Los pabellones con el nombre de los miembros de la familia real neerlandesa de los Oranje, Nassau, Willem-Alexander, Beatrix y Juliana, me recibieron con una explosión de colores y fragancias. En el lugar, los tulipanes estaban perfectamente alineados con una combinación espectacular de formas y colores. Y aunque gobernaban cada espacio, los lirios, las rosas y las orquídeas también formaban parte de composiciones magistrales, creando un espectáculo visual que me dejó sin aliento.
Cada pabellón llevaba una temática especial con una armonía cromática perfecta. Era como si cada flor formara parte de una composición melodiosa que me conmovía hasta el alma.
Cuando por fin pude recuperar el aliento, supe que lo mejor estaba por venir. El recorrido por el Keukenhof Gardens me llevaba por aquél sendero mágico, prometiéndome más sorpresas y más emociones.
Jardín japonés
Dejando atrás la explosión de colores de los pabellones reales, me adentré en el Jardín Japonés, un oasis de paz y serenidad en medio del bullicio que pueden producir en promedio 30.000 personas que visitan el Keukenhof cada día. Los tulipanes, en esta ocasión, se integraban de forma armoniosa con la estética minimalista de la cultura oriental.
Un puente rojo sobre un estanque de carpas koi, un pequeño pabellón de madera y un jardín de rocas zen me transportaban a un mundo de calma y meditación. La disposición cuidadosa de cada elemento y la ausencia de objetos superfluos, me invitaban a contemplar la belleza en su esencia más pura.
En este rincón tranquilo del Keukenhof, respiré hondo y dejé que la paz me invadiera. La armonía del Jardín Japonés era un bálsamo para mi alma, una reflexión en que la belleza también se encuentra en la simplicidad.
Jardines infantiles
Aunque iba solo, no pude resistirme a curiosear la zona infantil del Keukenhof. La alegría de los niños contagiaba el ambiente y me producía un sentimiento de nostalgia por mi propia infancia.
Entré con emoción y curiosidad al Laberinto de Flores, donde los pequeños se reían y corrían entre los tulipanes, buscando la salida con entusiasmo.
Luego, me acerqué al Jardín de las Hadas, donde me encontré con un mundo mágico. Aquí, la escenas de cuentos infantiles recreadas con flores y figuras, incluyendo los hermosos tulipanes, transportaban mi imaginación al corazón de la fantasía.
En ese instante, me sentí como un niño otra vez. La inocencia y la alegría de los pequeños me contagiaron, y por un momento, olvidé todas mis preocupaciones.
Ya famélico, me dispuse a buscar un lugar para saciar mi apetito antes de llegar a mi última parada. Aquí vale decir que el parque dispone de distintos espacios para tomar el té que simulan pequeños invernadero, y varios establecimientos de comida donde resulta muy grato alimentarse. Finalmente, disfruté de una rica comida en el restaurante principal del sitio, aunque fue un poco costoso, realmente valió la pena.
El Molino de Viento
Finalmente, llegué a mi última parada en el Keukenhof, el icónico molino de viento tradicional holandés. Subí a la cima, donde me esperaba un mirador con vistas panorámicas que me dejaron paralizado y perplejo.
Los campos de tulipanes se extendían a mis pies como un mar de colores, un espectáculo visual sin igual. El parque entero, con sus jardines, pabellones y senderos, se desplegaba ante mí como una obra de arte gigante.
Me quedé allí, fascinado, contemplando la belleza que me rodeaba con una suave brisa que acariciaba mi rostro, mientras el sol se ponía.
En ese momento, supe que había vivido una experiencia única e inolvidable. El Keukenhof me había transportado a un mundo de belleza, paz e inspiración. Un lugar que sin duda guardaría en mi corazón para siempre.
Acerca del Parque Keukenhof
El nombre ‘Keukenhof’, «jardín de la cocina» en neerlandés, y también conocido como «el jardín de Europa» es considerado el jardín más grande del mundo con una extensión de 32 hectáreas, o lo que es igual a treinta y dos campos de fútbol.
Y es que en sus instalaciones crecen cerca de 7 millones de bulbos de tulipanes y otras especies que prosperan en primavera para crear un espectáculo de colores y fragancias sin igual. El parque está dividido en dos grandes áreas: el Jardín Histórico y el Jardín de la Inspiración, este último, compuesto por diferentes zonas y temáticas: Los cuatro Pabellones con nombres de la familia Real, el Jardín Japonés, dos jardines infantiles y el Molino de Viento, cada uno con su genuino encanto y atractivo.
En la entrada, cuenta además con una terraza cristalizada móvil desde donde los visitantes pueden admirar las hermosas composiciones florales. También ofrece un espacio educativo para aprender sobre la horticultura holandesa en las diversas exhibiciones y talleres que se ofrecen.
Historia de los tulipanes
Aunque el Keukenhof como tal se inauguró en 1949, los tulipanes han formado parte del paisaje de la región durante siglos.
Los primeros tulipanes —procedentes de Turquía— llegaron a los Países Bajos en el siglo XVI. De inmediato se convirtieron en un símbolo de riqueza y estatus.
El nombre del parque fue dado por la condesa Jacqueline de Baviera, quien disfrutaba paseando por sus jardines recolectando hierbas y especias que usaba para su cocina. ‘Keukenhof’ deriva de las palabras holandesas ‘keuken’ que significa ‘cocina’ y ‘hof’ que significa ‘jardín’, haciendo referencia a la fragancia de las hierbas aromáticas que crecían en el lugar.
Tras la muerte de la condesa, la propiedad pasó por manos de diferentes familias adineradas. Y no fue sino a mediados del siglo XIX, cuando finalmente se construyó el castillo de Keukenhof con un estilo paisajístico inglés conformado por prados, árboles y lagos en más de 200 hectáreas.
Inauguración del parque
En 1949, esto llamó la atención a un grupo de cultivadores y exportadores de bulbos de flores, quienes vieron en el lugar un gran potencial. Muy motivados, organizaron una exposición para que agricultores de toda Europa, —y principalmente— de los Países Bajos, dieran a conocer sus híbridos al público. Posteriormente, el barón y la baronesa Van Pallandt encargaron su construcción a dos paisajistas.
Fue así como nació el Keukenhof Gardens, para convertirse en uno de los jardines más famosos del mundo.
Aunque en el gigante jardín también florecen narcisos, jacintos, crocus, rosas, lirios y muchas otras especies, los tulipanes siguen siendo —al día de hoy— las flores más importantes del parque con más de 800 variedades.
La labor está a cargo de expertos en paisajismo, quienes con cariño y esmero se dedican a plantar a mano cada bulbo durante el otoño en patrones y diseños que aseguran un espectáculo armónico de colores y fragancias únicas. Cada primavera florecen más de 7 millones de bulbos de todos los colores para alegrar la vista de más de un millón de visitantes.
Recomendación para visitar el Keukenhof Gardens
El parque está abierto durante 8 semanas a partir del inicio de la primavera cada año, hasta mediados de mayo. No dejes para ir hasta el último momento si deseas ver los brotes de tulipanes y demás especies en su máximo resplandor y florecimiento.
Lo más recomendable es visitar el Keukenhof Gardens entre marzo y mediados de abril y no esperar hasta las últimas semanas, ya que para esa fecha muchos han sido cortados y otros ya se han secado.
Volvería una y mil veces…
Sin duda, El Keukenhof Gardenses un lugar al que regresaría una y otra vez cada primavera para conectar con la magia de la vida que se manifiesta en cada flor. Ahora, estoy convencido de que el lugar es mucho más que un parque de flores, ¡es un refugio para el alma¡ Un lugar que me recuerda que la belleza es efímera, pero también capaz de transformar nuestro mundo y llenarlo de alegría.
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